Corriendo rally en la calesita - LA GACETA Tucumán

2022-10-09 12:41:32 By : Mr. Damon zhou

La velocidad tiene un encanto peligroso. Estas épocas que nos ha tocado vivir engañan en velocidad, en aceleración y en desplazamientos. Es como que vemos cómo el velocímetro se levanta –incluso hasta las marcas que están en rojo-, la máquina hace su ruido consecuente –fuerte, tremendo-, pero nos bajamos del auto y, en realidad, no hemos avanzado ni un metro.

Ha pasado una semana –que dicho sea de paso no volverá nunca más- y el país se encuentra discutiendo demasiadas cosas. Las suficientes para que la confusión sea mayúscula.

En los primeros días se conoció el alegato final de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola. Pidieron que varios ex funcionarios fueran presos por considerarlos responsables de corrupción. Pidieron entre muchas condenas que la vicepresidenta de la Nación fuera presa. Casi al mismo tiempo que Luciani terminaba su alegato comenzó un vertiginoso proceso de acusaciones contra el macrismo y contra la Justicia de la Nación. No habían pasado muchas horas de estas expresiones que fueron encabezadas por Cristina y por el Presidente de la Nación, y ya se había comenzado a debatir sobre la necesidad de que la vicepresidenta fuera indultada. Y, ayer, cuando todavía no es fácil entender todo lo que pasó, la discusión era sobre la actitud violenta del Gobierno de la ciudad al ponerle policías que controlen las movilizaciones que se hicieron en favor de Cristina.

El vértigo y la velocidad de los acontecimientos no permiten ver con claridad lo que le pasa al país. A veces, nos ponemos en modo filosófico y hasta nos animamos a decir que el tiempo vuela cuando en realidad lo que nos está pasando es que necesitamos darle tiempo al tiempo para procesar lo que ocurre. El tiempo es la medida del cambio. Lo podemos intuir en la cola del súper o en la entrada a la cancha. Suele desesperarnos en un ascensor sin espejo y puede que nos tranquilicemos cuando las cosas van pasando porque, simplemente, se produce un cambio. Curiosamente, y desafiando la física –y a la filosofía- en la Argentina pasan cosas pero pareciera que seguimos corriendo un rally en la calesita.

En una decena de días los fiscales de la Nación –esto significa elegidos por un sistema democrático de selección- explicaron una serie de hechos que pudieron colegir luego de tres años de trabajo. Eso les permitió inferir que Lázaro Báez era un privilegiado del Estado al que le daban más obras que a los demás, que le pagaban antes que a los otros empresarios y que cobraba con preferencias respecto de sus pares. Todas estas cosas fueron documentadas por los hombres de la Justicia. Hasta ahora deben ser muy pocos los argentinos que han leído o escuchado todas las horas de alegatos; sin embargo hablan y opinan como si hubieran redactado los borradores.

Por otro lado, Cristina ha salido a dar pelea y responsabilizó a la Justicia y al macrismo de actuar en connivencia para atacarla a ella y al peronismo. Nada ha dicho de los argumentos ni de los datos aportados por la Justicia. Tampoco es algo que esté en discusión. Las cuestiones formales han sido respondidas con el corazón, con la pasión y con el afecto a la vicepresidenta. ¿Cuál es el parámetro o cuáles son las reglas con las que debe desenvolverse una sociedad?

Sin dudas, se trata de dos cuestiones vitales de cada ciudadano pero que no pueden mezclarse ni tampoco invadirse mutuamente. Sin embargo, desde la dirigencia política sólo se ha tratado de confundir lo sentimental con lo institucional. Y, ahí se profundiza la grieta porque se están discutiendo cosas diferentes y, por lo tanto, las partes no se escuchan.

Lo curioso es que la discusión es en voz alta o en público. Porque cuando los dirigentes hablan con tranquilidad, sin el vértigo del tiempo ni las presiones de sus roles reconocen la responsabilidad de Cristina en las causas de corrupción pero tiemblan a la hora de reconocerlas públicamente. Y, ahí la grieta cala más hondo.

Por eso se justifica el poder de Cristina que sigue reuniendo una masa del 30 por ciento del electorado de todo el país y mantiene en sus manos las riendas del poder. Su dedo puede poner un presidente o puede destruirlo como ocurrió con Alberto Fernández cuando llegaba al 68% de imagen positiva tal cual lo describió en su informe último el analista Jorge Giacobbe. El mismo analista cuando muestra los números de su trabajo deja ver que el 67% de los argentinos encuestados quiere que Cristina vaya presa y al 20% no le gustaría que eso ocurra.

Estas son reacciones de distintos sectores de la población que pueden cambiar de un momento a otro. Justamente es lo que no permite el vértigo con el que se desarrollan los acontecimientos y que además fomentan los principales actores.

Descargo político de Cristina mata pruebas de Luciani. Improperios y desvaríos sobre el ex fiscal Alberto Nisman de Alberto Fernández tapan movida política de Cristina. Propuestas de indulto ocultan dislates de Fernández y así todo da vuelta sin que la calesita se detenga. Lo curioso es que la ciudadanía no se convenza de la necesidad de tener una sociedad alejada de la corrupción. Ahí donde se entiende que José López siga siendo un personaje al que se le hacen concesiones tanto en los ámbitos políticos como entre los empresarios tucumanos. Incluso en la Justicia, palacios por los que podría caminar como si fuera su Concepción natal.

Al momento en el que estas letras iban llenando el papel en blanco la discusión era vallas sí o vallas no. Había sangre y detenidos. Ni las pruebas ni el indulto. La discusión ya era otra. Todos buscaban culpables para acomodar el discurso que les permitiera pasar un día más, como si hubieran sacado la sortija para dar una vuelta más en la calesita, para no llegar a ningún lado.

Mientras Cristina tejía su madeja para no perder el control del descontrol, el jefe de Gabinete se vino a Tucumán y lanzó un mensaje para calmar algunas olas que hacían presagiar un mar encrespado. “El peronismo en Tucumán tiene, debe y va a estar unido. Va estar unido, querido Osvaldo. Vos hacé lo que tengas que hacer, seguí adelante. El peronismo te va a acompañar y el peronismo va a estar unido en Tucumán”. Palabra de Juan Manzur; testigos, la titular de Anses, Fernanda Raverta, y el gobernador interino, Osvaldo Jaldo.

Manzur pone cara de atribulado por los problemas de Buenos Aires –aunque en verdad no se mete en ninguno y cuando mayor es el temporal vuela a Tucumán- y le deja a Jaldo el mensaje de que si quiere avanzar con cambios en el gabinete que lo haga. Pero también cuando sentencia que el peronismo lo va a acompañar espera que algunos dirigentes lo escuchen con atención. Es un mensaje para Gerónimo Vargas Aignasse, para Pablo y Gabriel Yedlin y para el legislador Jorge Leal. También espera que estén atentos los intendentes Carlos Gallia (Lules), Francisco Serra (Monteros), Jorge Leal (h) (Burruyacu) y algún otro que intente desafiar la candidatura a gobernador de Jaldo. No es fácil para la mayoría de los dirigentes interpretarlo a Manzur, que habla muy poco y cuando actúa ni explicaciones da. Por eso los que más lo conocen afirman que la frase final de su escuetísimo discurso apela a la unidad pero quiere decir que él va a estar en la fórmula y por lo tanto por segunda vez se postulará a vicegobernador por Tucumán.

En Tucumán la pelea también está en la calle pero por el estacionamiento. En la Justicia, sede de todas las batallas, hay varias causas; sin embargo avanzan a diferente velocidad. Las que se tramitan en el fuero administrativo van por el ascensor, mientras que aquellas que están en el área penal van por las escaleras, sin que a los responsables se les pare un pelo. La velocidad de las causas es algo que solía controlar personalmente Edmundo Jiménez, titular del Ministerio Público Fiscal.

Después de la acusación judicial de los fiscales –sólo eso ocurrió; falta mucho para el procesamiento de la vicepresidenta- todo fue barullo y fuegos de artificio. Como en los fines de año las luces y los ruidos propios de los festejos no pueden tapar la siempre necesaria reflexión que ayudan a planificar el año nuevo. Y se puede inferir que hay una indiscutible consolidación de esta democracia joven e imperfecta que se vive en esta Argentina con un presidente inexistente y con una vicepresidenta con vocación de Nerón. En medio del vértigo a nadie se le ocurre la búsqueda de una salida por fuera del sistema democrático.

A la hora de los balances también es necesario revisar las cuestiones negativas. Y esta democracia, sin dudas, tiene deudas pendientes en la consolidación de auténticas instituciones republicanas. Esas cuestiones no se agotan en los comicios que nos aceleran el pulso cada bienio. Requiere de la vigencia de un conjunto de normas para que haya un sistema de premios y castigos que toda la sociedad –eso incluye en primer término a la dirigencia política- respete. Esos premios y castigos obviamente, compete al Poder Judicial.