Problemas de accesibilidad de viviendas en Cádiz | A una escalera de la vida

2022-10-09 14:02:38 By : Andy luo

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Fincas sin ascensores, con ascensores en entreplantas o con escalones en el portal dificultan la vida de los ciudadanos que, en algunos casos, viven otro obligado confinamiento

Joaquín Navarro y Ana María Sevillano, al pie de la escalera de su hogar en Ejército de África. / Julio González

Tamara García Cádiz, 19 Diciembre, 2021 - 06:00h

“¡Alexa, Alexa, ponme la canción de Antonio Molina que me gusta!”. La “máquina” atiende la orden de Joaquín con la celeridad de quien ha respondido a la misma solicitud en incontables ocasiones. “No, no siempre es Antonio Molina, otras veces le pido Manolo Escobar o Juanito Valderrama... Usted sabe, la música de nuestro tiempo... Yo me distraigo, ella se distrae. A veces le escribo poesías, ahí tiene usted una enmarcada, otras veces le canto mientras hago el cuerpo-casa... Así se nos van los días... Hace tres meses que no sale... Esa dichosa escalera... No puede bajar, sabe usted, sólo al médico con la gente de Cruz Roja... Es mucha tela la escalera... ¡Alexa, calla! Espere, que a veces no se entera... ¡Alexa, que te calles!”.

Alexa calla y Ana María, casi tan anclada a esa casa de la calle Ejército de África como el socorrido regalo de reyes que hace unos años le hicieron sus hijas, ríe las ocurrencias de su marido a la vez que hace un esfuerzo tremendo al levantarse del sofá para posar al pie de la escalera que la separa de la vida para la fotografía que abre estas páginas. No es un caso único, según el reciente informe Accesibilidad, elemento clave de la vivienda, de la Fundación Mutua de Propietarios, el 69% de los edificios en Andalucía no son accesibles de la calle a la puerta de la vivienda. Tras el dato, historias de impotencia y dependencia. Esos otros confinamientos.

Ana María Sevillano vive frente a la entrada de Urgencias del Puerta del Mar. Un pequeño trecho que se convierte en un abismo cuando las piernas no responden y la casa se sitúa en un tercero sin ascensor. Cada dos o tres meses, Ana María tiene que acudir a sus revisiones al hospital (“me han dado dos ictus”) y es cuando los voluntarios de uno de los programas de Cruz Roja acuden en su busca. Es sólo un pequeño paseo, cruzar la calle no más para ir al médico. “Pero le da a ella la vida”, explica Joaquín Navarro, trasplantado de hígado y de riñón, con dos cáncer superados a sus espaldas, con los ochenta cumplidos, como su esposa, y con una energía que parece inagotable y que emplea “en hacer los mandados del día a día y llevar la casa porque ella por aquí tampoco se puede mover con soltura”, detalla sobre una situación que se ha agravado, “sobre todo”, desde “los últimos cinco años” porque además de los ictus, la reúma ciática tampoco colabora para que Ana María salga de su encierro. “Y ya sabrá usted, pues de no moverse, porque no podemos bajar a la calle, pues peor todavía. Y si antes agarrada conmigo o con las hijas bajaba poquita a poco, ya es imposible”, explica el marido.

No hay ascensor. No cabe un ascensor en esta finca de escaleras estrechas y que hace esquina con un callejón que tampoco ofrece espacio suficiente “para ponerlo por fuera como se ha hecho en otros barrios de por aquí”. O eso es lo que le han dicho a Joaquín. “Nosotros no entendemos mucho de eso, pero es lo que nos dicen, que aquí no cabe y lo de la sillita para las escaleras pues por lo visto es también un dineral”...

“Que todo es el dinero, al fin y al cabo, es eso...” Loli Murillo vive el primero de una finca de la plaza Ubrique que sí, que tiene ascensor, “pero como si no lo tuviera”. A Loli el elevador no la ayuda a vencer los siete escalones que la separan de la calle. “Ni a mí ni a la señora del tercero, que tiene alzhéimer, ni a todos los vecinos cuando vayan cumpliendo años porque este ascensor sólo para en entreplantas”.

Siete, ocho en algunos casos, malditos escalones para llegar a la puerta de un ascensor “de los primeros que puso aquí en el barrio la Junta pero que la empresa los puso muy mal puestos porque dígame usted de qué me sirve a mí”, se queja Loli, operada de una hernia que le ha “vuelto a salir” y a la que no le recomiendan una nueva intervención debido a su edad, 83 años.

Afortunadamente, esta vecina de la barriada de la Paz vive con dos de sus hijos que la ayudan a bajar con el taca-taca o con la silla “pero cada vez es más complicado para ella, claro”, explica uno de sus hijos, Jose María, que incluso trabajó en la obra de instalación del elevador, “creo que fue pues hace unos 8 años o más...” Entonces, recuerdan, a la vecina del quinto, que tenía “problemas de movilidad” y que falleció “hace unos 6 años”, se le instaló una silla para salvar esos escalones y llegar a la puerta del ascensor. “Y ahí está la silla muerta de risa, que yo creo que ya ni funciona. Se preguntó para bajarla pero por lo visto cuesta desmontarla y volverla a montar y ponerla a funcionar 23.000 euros... Que todo es dinero...”, explican madre e hijo que, suman a la cuenta de la accesibilidad, una cuota de comunidad que se elevó sustancialmente “por el mantenimiento y los seguros” de un ascensor que no utilizan.

Loli Murillo, en la escalera que la separa del ascensor de su vivienda en la plaza Ubrique. / Julio González

“Ahora creo que quieren mover para poner un salvaescaleras de arriba abajo... Ojalá pero aquí somos todos personas que tampoco tenemos para hacer otro gasto, la comunidad no tiene que yo sepa dinero para eso, vamos, pero ojalá hubiera una solución. Yo qué más quisiera, poder salir y entrara a tomar el solecito aunque sea sin depender de nadie, pero aquí todos somos gente mayor, con pensiones ajustadas, no sé de dónde se va a sacar el dinero”, reflexiona.

En el quinto de una finca gemela, Ana Ramírez, más conocida por sus vecinos como Remedios, tiene también problemas de movilidad, idéntica colocación de ascensor pero diez años menos que le permiten, “con mucho, mucho trabajito”, alcanzar la puerta del elevador. “Pero soy consciente de que en unos años tampoco podré”, reflexiona.

Con todo, Ana se encuentra con otra dificultad en su finca para enfrentar su día a día. La entrada al portal. “Ya le digo que yo con muchísimo sacrificio, con una mano en el bastón y otra en el pasamanos, voy muy despacito subiendo y bajando las escaleras de mi casa a la puerta del ascensor pero es que encima están esos escalones en la entrada que si una va con los mandados en el taca-taca es que ya no se puede ni agarrar. Vamos, hoy mismo me he hartado de llorar en la puerta porque es que no podía”, confiesa.

La solución, de nuevo, debe pasar por el filtro económico. La colocación de una rampa en el portal es un gasto al que la comunidad de vecinos en la que vive no puede hacer frente. “Dicen que no hay dinero. Y mire usted –exhibe el justificante– yo tengo mi pago de la comunidad al día, y eso que mi marido el pobre me dejó 700 euros de viudez. No hay derecho, no hay derecho.... Se paga pero no hay dinero para nada y esto es una cosa necesaria que tarde o temprano afectará a todos los vecinos porque mayores nos vamos haciendo todos”, se queja Ana en el interior de una vivienda en la que se le hace más complicado estar desde hace 17 meses (cuando falleció su marido). “En cuanto pueda quito la cama grande y me pongo una pequeña porque es muy duro, muy duro, tocar al lado y que no esté...”, se emociona la mujer que ya sea “con bastón, con silla o con taca-taca, porque lo tengo todo” hace por salir aunque “cada vez los dolores son peores”.

Ana Ramírez, en el interior de su vivienda en la barriada de la Paz. / Julio González

Milagros Cazo, en la calle Rosario Cepeda, lo tiene peor. Tanto que cada 15 días tiene que tomar vitamina D ante la ausencia de sol en su día a día. A su hija, Manuela Sanz, se le parte el alma pero bajar a su madre por la complicada escalera de su vivienda en el casco histórico “es muy difícil para nosotras, menos mal que de la Cruz Roja vienen al menos a sacarla para las citas médicas que tiene porque nosotros no podemos con ella”, agradece Manuela además del “trato con tanto cariño y con tanto ánimo” que “los voluntarios” le dan a su madre.

En el caso de Milagros, económicamente no pueden afrontar “ni un ascensor ni un salvaescaleras” porque “son muy caros para nosotros y para los vecinos”, explica su hija que se lamenta por la situación que viven sus padres. “Porque al final mi padre también está encerrado porque ella no se puede quedar sola. Vamos mi hermana o yo por los mandados, o para quedarnos con ella para que él dé una vuelta pero la situación es complicada... Y ella las pocas veces que sale le da hasta angustia y ansiedad de ver que no se puede con ella...”

En la calle Ejército de África, Joaquín también sale cada vez menos. Se queda con su Ana María. “¡Alexa, ¿qué tiempo hace mañana? No es por salir, es por si poner lavadora o no, sabe usted...”

Son varias las personas consultadas en este reportaje que agradecen la labor de Cruz Roja, y es que en su programa destinado a los mayores ofrecen el servicio de bajar a la calle a estos ciudadanos con problemas de movilidad y accesibilidad cuando tienen una cita médica.

Además, desde el Ayuntamiento de Cádiz recuerdan que ya está proceso de licitación el programa Bajemos a la Calle, puesto en marcha desde el Plan Local de Salud, y en el que se ayuda a estas personas a salir de sus domicilios para pasar un rato de ocio.

“Se han presentado tres ofertas aunque ante la falta de documentación de una de ellas actualmente optan dos empresas”, explican sobre un proceso que está “muy avanzado”. “Los técnicos están finalizando la fase de valoración para llevarlas a la mesa de contratación para su adjudicación”, aseguran.

Por su parte, desde la Consejería de Fomento de la Junta de Andalucía se recuerda que los programas de Adecuación Funcional Básica, Rehabilitación de Viviendas y Rehabilitación de edificios recogen más de 9 millones de inversión, a los que se suman los 32 millones de las ARI de la ITI de Cádiz. A esta inversión se suma la de la Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía (AVRA) que tiene actuaciones por más de 11 millones de euros en la provincia.

Así, tanto en la rehabilitación de edificios como en la de viviendas, los solicitantes pueden ser beneficiarios de una subvención equivalente al 40% del presupuesto protegible de la actuación. Para ello, tendrán que tener unos ingresos inferiores a 5,5 veces el IPREM. La cuantía subvencionada se podría elevar al 75% del presupuesto en las viviendas con ingresos familiares inferiores a tres veces el IPREM o donde resida en la misma una persona con discapacidad o mayor de 65 años y se acometan actuaciones para la mejora de la accesibilidad.

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